miércoles, 10 de julio de 2013

Muerte pactada




Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arcos con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas y reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas. *




De las leyes del hombre, siempre la obstinación hace desviar el rumbo. La familia más acaudalada, tuvo como progenie a la cabeza, la bella aurora, que era Magdalena. Tal hecho no habría significado nada, de no ser por la nueva Ley, que buscando la justicia, estableció la igualdad entre sexos. Ella, inesperada, fue la mayor desilusión del jerarca de la Casta.

Pasaron tres veranos, y la familia hizo que las campanas, en alocado tañer, anunciaran la llegada de sendos varones, dignidad de la sangre para salvar la honra; en medio de tal escenario, crecieron con arraigada distinciones. En la alborada de su mayoridad, la pobre Magdalena, constituyó el centro de un nigromántico encargo, fue pactado reparar lo que la vida había equivocado.

Purísima ingenuidad, que a pedazos te han de trozar, los desarraigados sentimientos, de seres provistos de maldad; las tardes de su último verano, se alumbraban con brillo y sonrisa, para expirar en alucinantes ocasos, y a su despecho, la tormentosa ira del padre, de no ver a la magdalena llorar.

Mar sin bruma, quietud que espanta, la hora llegó, en servicio de plata; palideció el poco rubor que su verdugo mostraba y una sonrisa dibujó; sólo fueron diecinueve años de su candor, de un talle cerrado de doncella que conoció de sumisión.

La luz se ha dormido, como la fugaz Magdalena, grácil caminar por la vida, teniendo todo, le faltó de amor un poco; el viento era de otoño, tan frío como apurado, huyendo de todo aquello, pasó del lecho de muerte, hasta el recóndito hueco, donde la piel de la extinta, mondará más rápido que su desdicha.

El seco sonido de las campanas, hizo despertar el pueblo; ha muerto la inocente Magdalena, la desgracia se vino, en justa saña por la humillación de la casta. El badajo, como desafiante a su yugo, gozaba el contacto con los labios y emitían un sonido de dolor inusual; que triste suenan las campanas de muerte.


*Bodas de Sangre; Federico García Lorca (1898- 1936)

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