viernes, 13 de septiembre de 2013

SAÚCO... DE LA INFANCIA



En medio de sonrisas, un saúco creció alto,
y a niños cobijo dio, bajo sus blancos y brillos;
Un día, fui a tu raíz y abrí, para guardar mi corazón de niño
y pude escuchar tu susurro, que nunca lo perderías. 

Me columpie en tus ramas, y hasta las nubes alcancé
un alma gozosa, que en tus flores alimenté. 
Pasaron tantos años Saúco, y siempre te recordé, 
guardo en mi pecho tu recuerdo, como oleajes del ayer. 

Ahora, que eres torrente que retornas, 
regálame tus flores y hojas, 
que mi corazón late en tu raíz, 
en trémulo ardor que llevaré hasta morir. 



Antes que la famosa saga Harry Potter hiciera popular la vara de saúco, yo la amaba; efectivamente, de niño tuve la suerte de contar con un árbol en el centro de la casa. El patio, como todos los que saben imaginar, era un inmenso bosque de arboles para el placer de unos niños. Había frutales, como naranja, limón, mangos, guanábano, uvas, cañas, café y cerezos, entre otras que no les cansaré en nombrar. 

En cuanto a las ornamentales, tenía mi abuela plantas de rosas, jazmines, musaendas, calas y cayenas, entre otras; incluso, la abuela hizo canales que repelía el asecho de los bachacos y otras plagas similares. En un lugar especial, entre las rosas, jazmín y guayaba, estaba el árbol blanco de saúco. Cerca, quedaba un cerezo y otro inmenso castaño. El árbol de saúco florecía en abundancia, expedía su peculiar olor y del suelo, una inmensa estela blanca, como si perpetua primera fuera. 

No era muy alto, se elevaba casi a los tres metros, pero se extendía frondoso. En tiempo de lluvia, su olor se hacía intenso, y junto al jazmín, era un paraíso mi infancia. A ti, árbol te dedico estas líneas, agradecido de tanta alegría que ahora conservo en añoranza.

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