martes, 4 de febrero de 2014

VIAJE SIN RETORNO.



Ya sobre sus pies, de un salto estaba sobre la acera, las primeras luces de la mañana se acompañarían con gotas que nadie espera; a pesar de la pesada atmosfera que envuelve el ambiente de la sociedad cuando llueve, él entonó su mejor sonrisa, esa que la determinación siempre refleja.

Conforme pudo, de brincos chicos y extendidos, saltando charcos y animales dormidos, llegó hasta la estación del tren: el contratiempo lo haría perderlo. El hombre no se desanimó, y como pudo, emprendió el rumbo hasta el terminal de buses, otra proeza por la lluvia que ahora tornaba con ribetes de diluvio universal.

Pareció una fantasía artística, saltos sobre inmensos cuerpos de dinosaurios dispuestos y malhumorados, atracciones de sirenas sin escamas y con piernas, que igual la atención embriagaban; abuelas hechas de piedras, que sonreían desconfianzas como si fuesen fantasmas; y sobre todo ello, un vehículo que tras regar agua por inundación, se detuvo para llevarlo a un destino que no tenía en mente.

Se abrió el tiempo, y el sol dejó atrás la apesadumbrada alba que se tiñó de gris y no de malva; las sonrisas de rigor, el intercambio puntual de datos y una vía larga para conversar de la verdad de estas fechas y como debe ser llorada cuando muere cada día. Se pasearon por música, desde el rock hasta las baladas más conspicuas, luego a la poesía, y recitaron Wilde, Tagore y remataron con García Lorca.Se vino el cielo con un crepúsculo añil a inundar los cielos abiertos.

Fue una parada, que determinó justo el momento de una encrucijada. Por dentro se quemaban, entre deseos que tenían en la piel, su forma más ordinaria de expresión, pero bien sabían, que eso era un lento desgarrar por algo que no podían expresar bien.

No había sino una habitación, y sin mirarse a los ojos, como coral asintieron. Adentro, una fogata que encendió como imberbe fénix que juega con el sol, y tras mirarse sobre un velo de nervios, los dragones que rugían en el pecho, fueron caracolas que arrullan las olas dl mar.

Se amaron, como se hace en estos tiempos, sin explicaciones y sin o reparar en el mañana. Las llamas se calmaban, pero entre las sábanas, eran olas de un mar embravecido que hacia al mundo naufragar. Apenas el último suspiro, antes de quedar rendidos, hizo salir a un soñoliento sol que mostraba tenues luces doradas.

Los cuerpos sin voluntad, presos del cansacio y sueño, se mostraban, uno miraba hacia arriba, cuidando que el cielo no se viniera como rayo a consumirlos, y el otro, hacia abajo, de los inviernos era guardián pues bien sabía la agilidad con que se les condena al amor cuando se hace sin culpa.

Era mediodía, y se volvían a encontrar en miradas de profundidad y silencio, no tenían respuesta para todo lo que de allí surgía, más si una voluntad de emprender un viaje, esta vez, sin boleto de regreso.

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